ALIENACIONES.
Leído en Facebook:
“A veces, aún y estando acompañado por
muchos, me encuentro muy solo. ¿Será una sensación?”
La sensación de soledad, a
pesar de estar permanentemente rodeado de gente, es muy común en nuestra
sociedad. Aparece cuando, por la razón que sea, se constata la incapacidad de
decidir nuestros actos. Así Marx habla de la alienación del obrero, pues su
contrato con el patrón lo margina de cualquier toma de decisión sobre lo que
hay que hacer, de cómo hay que hacerlo y para qué se hace. Para mesurar la
magnitud que ese fenómeno alcanza en nuestros días, resulta muy interesante la
lectura de 'La mano invisible', novela de Isaac Rosa.
Nos sentimos parte de la
realidad, integrados en ella, cuando tomamos nuestras propias decisiones. Sin embargo,
cuando nos vemos obligados a obedecer ciegamente, cuando actuamos sin el
natural proceso de reflexión sobre lo que hacemos, nos sentimos ajenos a la
realidad, es decir, solos, alienados.
Para un asalariado, la
reflexión es un acto superfluo, innecesario. Todo se decide sin contar con
nosotros. La consecuencia es que, si queremos
encontrar trabajo, debemos aprender a automutilarnos de esa propiedad
innata a las personas, la reflexión. Eso resulta muy interesante para la
burguesía, porque además de garantizar que hacen lo que les da la gana con la
fuerza de trabajo que les vendemos por una miseria, les permite controlar hasta
lo que hacemos con esa miseria. Algo fácil de conseguir sobre una población
automutilada, habituada a no utilizar la reflexión.
Sin embargo, esa mutilación
produce una angustia muy especial que, en un momento u otro, se pone de
manifiesto. Solemos resolverlo, simulando actos voluntarios, comprando en
grandes aglomeraciones comerciales, acudiendo a discotecas, a los estadios, a
los conciertos multitudinarios y, en general nos amontonamos todos en los
mismos sitios, por indicación de la tele... o de Facebook. Sin duda que lo
hacemos porque queremos, faltaría más, esta es una sociedad libre. Esa
libertad, es algo, que los burgueses se preocupan muy mucho en recordarnos. Lo
que no nos dicen es que la DISIDENCIA conlleva una SOLEDAD insufrible para la
mayoría de personas. Esa es la verdadera arma del 'Gran hermano'.
Tomar conciencia de esa
alienación y, sobre todo, hacerla pública es un acto de rebeldía pues, en
última instancia, significa que ese individuo está pensando por su cuenta. El
autor de la frase que da pie a este artículo está protestando, no le gusta lo
que ve, ni lo que hace. En '1984', la novela de George Orwell, pasaría a
engrosar la lista de individuos a vigilar.
Entre la gente militante
otra sensación que indica alienación, es la de 'sentirse quemado'. Verdadera
'enfermedad del progre' que diezma las filas progresistas para regocijo de la
burguesía. Se pone de manifiesto cuando las cúpulas de las organizaciones
actúan por su cuenta, es decir, cuando la acción aparece separada de la
reflexión. En tales casos a la gente de base, a los que pican la piedra, tan
sólo les resta la 'fe' en sus ideales y la confianza en sus 'lideres', y ese es
un combustible que, sin una permanente sincronización con la realidad,
efectivamente, se quema rápido. Sobre todo teniendo presente que las nuevas
generaciones disponen de una formación de base muy por encima de lo que era
habitual cuando se gestó el actual modelo de las organizaciones políticas
populares, lo que significa un combustible 'militante' mucho más volátil.
En este campo la
desconfianza hacia las cúpulas burocratizadas es tan grande, que en los
movimientos contestatarios de los últimos tiempos, no se tolera el más mínimo
protagonismo a políticos y organizaciones, siempre sospechosos de estar
buscando votos que les garanticen el sueldo. Ese rechazo es, en cualquier caso,
una buena noticia pues indica un nivel de autonomía por parte de las clases
populares que nos aleja de demagogias y estrategias interesadas.
Sin embargo, después de casi
tres años de movilizaciones, es frecuente percibir entre los activistas, cierto
desanimo al comprobar que merman los participantes y cuesta mantener las
convocatorias. Ahora no hay cúpulas que convoquen en su provecho, es la propia
gente que se moviliza utilizando las nuevas tecnologías. A la cabeza de las
manifestaciones ya no están los traidores de siempre, es gente en la que nos
reconocemos todos. Las pancartas y consignas, ya no están hechos en los
'cuarteles' de esta o aquella organización, todo lo contrario, el vistoso
colorido de esas convocatorias les proporciona la inconfundible patina de lo
auténtico, de lo popular. Pero la sensación de apartamiento, alineación o
soledad, sigue afectando a mucha gente que se desmotiva dejando entonces al
descubierto, entre los más comprometidos, nuevas vanguardias en eminente
peligro de burocratización. Es fácil suponer la desagradable sorpresa de esos
compañeros, al constatar que están a un paso de convertirse, precisamente, en
aquello contra lo que pelean.
Todos nos preguntamos hasta
donde ha de llegar el espolio para que la gente haga algo y no se desmotive. Lo
bueno del caso, es que ese punto de cabreo, aquel en que la gente está
convencida de que 'esto no puede ser', está más que rebasado. Pero no pasa
nada. ¿No estará el problema en ese 'algo' que, se supone, la gente tendría que
hacer? O, lo que sería todavía peor, ¿no será que nadie sabe quién, cómo y
cuándo, tiene que decidirlo? La duda con respecto a lo que hay que hacer es un
factor desmotivante de primer orden, es la fuente más eficaz de alienación. Da
la impresión que, automutilados como estamos precisamente en la capacidad de
reflexionar y decidir, en un momento dado, nos quedamos a la espera de que
alguien, ese alguien que no sabemos quién es, nos diga lo que hay que hacer. La
inutilidad de esa espera hace que la gente se desmotive y, naturalmente, no
haga nada.
Podría parecer, por lo dicho
en los últimos párrafos, que la lucha, fuera del férreo control de las
organizaciones, se convierte en actos poco más que folclóricos. Nada más lejos
de la realidad, la lucha contra la alienación es exactamente la lucha contra el
sistema que nos oprime. Las clases populares, en un proceso de esos que no se
olvidan, como no se olvida el montar en bicicleta, han aprendido a decidir
cuándo y por qué hay que movilizarse. Todo parece indicar que la salida está en
seguir dando pasos en la reutilización de esa función básica, la reflexión,
hasta encontrar la manera de ponernos de acuerdo en ese 'algo' que hay que
hacer.
¿Es eso posible? La pregunta
es buena pero, a los que se muestran escépticos, hay que recordarles el
escepticismo que, hace tan sólo doscientos años, se mostraba con respecto a la
posibilidad de que unos artefactos nos permitieran volar.
Lo que también resulta
cierto es que la mayoría de nosotros necesitaremos de especialistas y
profesionales, orientación entre la selva de datos que es necesario manipular
para la toma de semejantes decisiones, sin embargo, es muy diferente recabar
información, a que te aparezca una especie de profesor sin corbata diciéndote
lo que tienes que hacer.
Juanma.
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