viernes, 13 de junio de 2014

ENFERMOS.

ENFERMOS.
Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.
Palabras para Julia.
José Agustín Goytisolo.

La 'crisis', ese eficaz dispositivo que los burgueses han añadido a su máquina de explotar seres humanos, está consiguiendo sus objetivos. Está consiguiendo que el trabajo se convierta en un favor que alguien te hace, que la vivienda esté controlada por mafias, que los servicios públicos se reduzcan a los que son monetariamente rentables, que la protección social se convierta en caridad... ¿Cómo es posible? ¿Cómo nos dejamos agredir de semejante manera? ¿En qué clase de enfermos nos han convertido?

Puesto que la sociedad se compone de personas, es sobre éstas que se materializan las agresiones de un sistema dispuesto a desequilibrarnos hasta hacernos admitir el nuevo servilismo. Un desequilibrio que nos hunde en los oscuros laberintos del individualismo, en el lodazal de las culpabilidades personales. En las mareantes dudas sobre el camino que hemos seguido y sobre el que deberíamos seguir. En la vergüenza de nuestros supuestos errores, que nos hace bajar el rostro, ocultarlo a los demás. Un desequilibrio que nos condena a una soledad absolutamente irracional en seres humanos, cuya naturaleza es gregaria. En seres cuya única posibilidad de supervivencia es compartir, tanto los medios materiales como los culturales o sentimentales.
La burguesía sabe muy bien que una quiebra económica, una deuda excesiva, el paro, sueldos insuficientes que impidan costear los hábitos propios de nuestra normalidad, implicará un fallo en el sistema de relaciones personales lo que, inmediatamente, dará lugar a una crisis de la propia identidad, del autorreconocimiento. Eso supone que cada gesto, cada empeño, va a suponer un esfuerzo extra que acabará agotándonos, desequilibrándonos todavía más, convirtiéndonos en enfermos.
Ese desequilibrio es una condición básica para que la burguesía consiga sus actuales objetivos, nos necesita débiles, enfermos, suplicantes, sumisos. Dispuestos a lo que sea con tal de salvarnos, de salvar a nuestros hijos, incluso, dispuestos a coger un arma e ir a que nos maten. La historia lo demuestra.
Lo contrario, una actitud lúcida y sana por nuestra parte, necesariamente nos llevará a una toma de conciencia de nuestra condición social y, en esa medida, de nuestra inmensa fuerza para oponernos al oscurantismo social, a la locura generalizada del 'sálvese quien pueda'.  
...
El actual sistema de producción, es decir, la 'crisis permanente', implica que los trabajadores perdamos nuestra referencia fundamental, la que nos da solidez: recursos estables para costear una vida digna. A la inquietud típica por mantener el valor de nuestro trabajo, se añade la incertidumbre de no saber cuándo tendrá valor real, cuándo podremos sacarle rendimiento a las sofisticadas habilidades que nos obligan a adquirir si queremos mantenernos como valor en ese patético 'mercado del trabajo'.
En tales condiciones, ya sea por la pérdida del puesto de trabajo o, aún y conservándolo, porque el sueldo cae por debajo de lo necesario para mantener nuestra dignidad, en tales condiciones, digo, es muy difícil exigirle a alguien que se mantenga 'sano' en 'equilibrio mental'.
Es bien sabido que cuando la infraestructura (lo económico) cruje, la superestructura (lo cultural) se desmorona. La realidad se muestra entonces con toda su crueldad: 'Soy una mierda de asalariado y mi destino está en manos de los que deciden el precio del trabajo. Ni siquiera puedo garantizar la normalidad que me mostraban como perfectamente asequible si realizaba los esfuerzos que ya he realizado.' Es el momento en que el trabajador toma conciencia de su realidad sin ninguno de los adornos culturales que la hacen soportable. Es uno de esos momentos críticos y dolorosos que van a determinar la actitud de cada uno de los trabajadores, cuya suma somos la clase obrera. Según sea el resultado de todos y cada uno de esos procesos, el resultado total o social será la unión y la fuerza necesaria para cambiar la realidad, o por el contrario,  será, en el mejor de los casos, el aislamiento, la vulnerabilidad, el miedo, el desequilibrio y la sumisión.
Viendo el éxito que la burguesía está obteniendo, habrá que preguntarse qué está fracasando en esos procesos personales para que la balanza esté inclinándose hacia la sumisión. Acaso lo realmente difícil es convencernos a nosotros mismos que somos productos sociales, que es el medio, la sociedad, que nos hace lo que somos y que tan sólo en un porcentaje anecdótico, somos producto de nuestra voluntad. Que el entorno social es lo que es en la misma medida que cada uno de sus componentes son lo que son. Que un edificio es un edificio en tanto cada uno de sus tochos estén donde están.
Y en esa medida, en la medida que un tocho no es un edificio, convencer a los demás. Entender que cuando un compañero fracasa buscando su camino, todos y cada uno de nosotros estamos fracasando, por la misma razón que un edificio no está completo sin todos sus tochos. Exigir a los otros que rompan la telaraña, que salgan adelante, que no pueden hacernos la mala pasada de rendirse.


Juanma.

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